La mayoría de puertas, ventanas, sillas, mesas y mil utensilios más, que quedaron abandonados por las casas, [ver entrada "Tardienta I"] se encontraban todos en las trincheras, pues había puestos de mando, como por ejemplo el de mi compañía, que disponía de todas las comodidades propias de una casa particular, pues inclusive la radio funcionaba admirablemente puesto que en todo el sector que ocupaba nuestro batallón había luz eléctrica ya que en Tardienta todavía funcionaba un gran acumulador.
Tardienta any 1936 |
El gran acueducto que hay en las afueras de la población servia de refugio contra las naves aéreas, ya que tenía una profundidad de 3 metros y una armadura de 80 cm. de cemento. Motivo por lo cual en varias ocasiones evitó muchas bajas.
Hogar del soldado. Font: SBHAC |
Todo trascurría tranquilo, cuando el día 3 de enerode 1938, se dió una consigna cifrada en la que el servicio de información militar, indicaba que contingentes de tropas enemigas estaban concentrándose en Almudévar pueblo enemigo frente a nuestras posiciones. Indicaba al mismo tiempo que serian atacadas nuestras posiciones en la madrugada del día 4 y por consiguiente en esta noche la guardia fuera doble y que las patrullas de reconocimiento se hicieran con arma automática, y que cualquier movimiento del enemigo fuera contestado con energía, no abandonando las posiciones bajo ningún pretexto y que valía más morir ante el enemigo que no fusilado por un consejo de guerra. La orden era tajante, había que cumplirla a todo trance, de lo contrario tampoco había salvación posible.
Noche de gran intranquilidad fue aquella en que la vida y la muerte estaban tan cerca una de la otra, momentos antes en la memoria de uno habían cruzado miles de recuerdos, y a partir de ésta orden solo se preocupaba uno de defenderse lo mejor posible para evitar la muerte.
Moros de la guerra civil |
Fotos de la tropa mora: font |
Nada de nuevo parecía ocurrir, cuando de pronto, la artillería tanto propia como enemiga empezó a descargar centenares de bombas. Los soldados republicanos como tenían la consigna de disparar cuando nuestra artillería lo hiciera, como movidos por un resorte dispararon todos a una vez, parecía aquellos como el diluvio universal, pues las granadas y las balas llovían como por encanto, las sombras de la noche no permitían ver el campo enemigo y solamente a tontas y a locas seguíamos disparando. En el campo contrario, la balacea adquiría la misma proporción, solamente que allí los gritos eran más alarmantes que las propias balas, pues efectivamente, la noticia que el servicio de información había dado resultaba cierta, el enemigo estaba atacando desesperadamente. Pero ellos no contaban que su ataque había sido descubierto y la represión había sido de fatales consecuencias para ellos, pues cuando ya desistieron de atacar en vista de la tenaz resistencia y cuando a la mañana siguiente nosotros todavía seguíamos detrás de la trinchera, con lo fusiles preparados, un espectáculo horroroso se nos presento a nuestros ojos. En frente de nuestras posiciones varias docenas de cadáveres aparecieron muertos, algunos de ellos mortalmente heridos, seguían quejándose desesperadamente y nuestra vista pudo ver por primera vez al moro feroz, al salvaje africano que completamente engañado había sido traído a España para que con su sangre ayudara a ganar una guerra que el pueblo estaba haciendo fracasar a toda costa. Varios de estos moros nos pedían a nosotros que los sacáramos de allí, que se estaban muriendo, lo mismos soldados españoles enemigos que engañados y obligados también a ir a la lucha habían caído mortalmente heridos defendiendo una causa que era completamente ajena a su voluntad. En vista de la gravedad de estos soldados pedimos una tregua para poderos sacar de allí, pero cual no seria nuestra sorpresa, cuando al salir la primera camilla de socorro, ésta era tiroteada por las fuerzas enemigas, y uno de de los camilleros que cumpliendo con su sagrada misión de salvar a un enemigo herido acudía en su ayuda, caía mortalmente herido por una bala traidora que quería a toda costa dejar morir a los que hasta poco
La Vanguardia 4/1/1938 |
Francesc Roca Matamoros
Huetamo, Michoacán, 23 de abril de 1940
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