Hacía tiempo que no había visitado el
monasterio de Montserrat, des la última vez que había estado hasta la fecha
encontraba una diferencia tan grande que me parecía imposible. Antes tan
tranquilo, reposado, alegre, pintoresco artístico, en una palabra maravilloso. Los
padres jesuitas que en el habitaban habían hecho un verdadero Santuario en
donde el alma por breves momentos se remonta a las alturas celestes y vive en paraísos
terrenales. Sin embargo ahora lo encontraba triste, desecho, sucio, derruido,
sus obras más artísticas de inmensurable valor habían desaparecido para
guardarlas en lugar seguro, lo que en otros tiempos había sido orgullo de
Cataluña, ahora era el albergue de miles y miles de soldados que eran concentrados
allí para disfrutar de las ventajas de su inmejorable clima. Pero no todos sabían
guardar respecto al lugar que se encontraban y la falta de mujeres para atender
su limpieza y conservación hacia que aquella santa mansión se convirtiera por
obre y gracia de elementos sin escrúpulos en un antro de vicio. Mi impresión
fue tan profunda que por momentos llegué a pensar en la Virgen Moreneta para que nos
perdonara y supiera hacerse cargo de las circunstancias.
Una sorpresa me tenía reservada el destino, y
es que en la sala donde fui destinado, se encontraba un primo hermano de mi
señora como Cabo sanitario de la misma. Mi presencia le causó alegría lo mismo
que a mí y pronto me presentó a varios paisanos que estaban allí en calidad de
internados para reponerse de las heridas sufridas en campaña.
Como encargado de la Sección de Abastecimientos
del Hospital, estaba mi paisano y amigo Enrique Elies, el cual vivía en una de
las “quinatas” que había por los alrededores del Santuario. Después de
saludarlo pasamos a visitar a su familia la cual tuvo inmensa alegría en verme.
Me invitaron a pasar un día de campo con ellos, y acepté puesto que el médico
me había dado tres días de reposo. Varias cosas de sumo interés me contaron,
todas ellas relacionadas con datos y detalles de lo ocurrido en el pueblo
durante mi estancia en el frente, pasé un feliz día, y a la mañana siguiente fui
dado de alta en el Hospital. La ventaja de estar el primo de mi señora como Cabo
de Sala fue aprovechada por mí para que me dieran cuatro días de descanso, y
después de conseguirlos marché nuevamente a Barcelona. Los días eran tan cortos
que solamente pude tener tiempo de visitar a algunos familiares y regresar con urgencia
para donde estaba antes.
Francesc Roca Matamoros
Huetamo, Michoacán, 4 de març de 1940
Huetamo, Michoacán, 4 de març de 1940
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